Esa es una pregunta que la gente me ha
hecho en más de una ocasión, y siempre me ha costado un mundo responderla y
nunca he quedado satisfecho con mi exposición. Pero ojo, no es que vaya falto
de argumentos en favor de Malaz. Podría escribir un listado de razones por las
que creo que Malaz es la pera limonera y seguro que me estaría quedando corto
en adjetivos. Ese nunca ha sido el
problema. La cuestión es mucho más complicada de lo que puede parecer a primera
vista. Sería como intentar explicarle a una raza de alienígenas solitarios lo
que es el amor, los seres de otro mundo podrían llegar a comprender el concepto
en sí, pero nunca lo que significa o puede llegar a significar para un ser
humano el amor.
Pues así me encuentro yo, enamorado de
Malaz y sin ser capaz de escribir un artículo como Dios manda en el que poder
explicar con palabras la sensación que me produce cada vez que me sumerjo en
este maravilloso universo.
Por ese motivo y debido a que suelo
subrayar en mi kindle aquellos pasajes de los libros que leo que me gustan, he
pensado que tal vez exponiendo algunas citas y pensamientos filosóficos que
podemos encontrar dentro de Malaz, sea más fácil que podáis entenderme.
Por desgracia los primeros libros me
los prestaron en papel y no he podido sacar nada de ellos. Así que tendréis que
conformaros con material de los últimos. También me gustaría aclarar que la
mayoría de las citas han sido elegidas al azar dentro de las cientos que tengo
almacenadas.
Espero que os gusten y no penséis que
es una pérdida de tiempo.
Los Cazahuesos (Steven Erikson)
—Eso
es lo que pasa con la guerra —dijo Gesler—, a la hora de la verdad, no hay
tantas sorpresas como se podría creer. Ni esperanza. La resistencia heroica suele
terminar sin un solo héroe en pie. Se aguantó más de lo esperado, pero el final
fue el mismo, de todos modos. El final siempre es el mismo.
Los
Cazahuesos (Steven Erikson)
La
riqueza mundana se construye, por lo general, sobre huesos, apilados hasta el
techo y en profundidad. Por desgracia, los poseedores de esa riqueza no
comprenden la naturaleza de su recompensa y, por tanto, con frecuencia, se
muestran alegremente indiferentes en el ostentoso despliegue de su buena
fortuna. Lo que no comprenden es lo siguiente: que aquellos que no poseen
riquezas, anhelan tenerlas y buscan lo más parecido, y este anhelo ocluye toda
sensación de resentimiento, explotación y, lo que es más relevante, injusticia.
Hasta cierto punto tienen razón, pero en general se equivocan de un modo
deplorable. Cuando la riqueza asciende hasta un punto en el que la mayoría de
los pobres comprende al fin que para ellos es inalcanzable, la cortesía se
derrumba y prevalece la anarquía.
Los
Cazahuesos (Steven Erikson)
Y
llorar era meterse en uno mismo, por completo, un lugar interior mucho más
despiadado e implacable que cualquier otra cosa de fuera. Lloraba por el hombre
al que había abandonado para huir del dolor que había visto en sus ojos, el
amor que sentía por ella y que lo hacía continuar tropezando tras su estela,
igualando cada uno de sus pasos, pero incapaz de acercarse todavía más.
El
Regreso de la Guardia Carmesí (Ian C. Esslemont)
—La
casa del soldado es su compañía, muchacho. A estas alturas ya deberías saberlo.
Claro que siempre va a haber anhelos y recuerdos que chorrean miel de los
lugares que hemos dejado atrás, pero ¿qué nos pasa cuando volvemos a esos
lugares, eh? —El viejo saboteador no esperó respuesta—. Pues que averiguamos
algo que no queremos saber, que ya no estamos en casa. Allí ya no nos reconoce
nadie. No encajamos. Nadie lo entiende. Y después de un tiempo te das cuenta de
que has cometido un error. No se puede volver.
El
Regreso de la Guardia Carmesí (Ian C. Esslemont)
¿Honor?
¿Gloria? ¡Toda esa mierda sobre la que cantan esos trovadores con ojos de
cordero degollado, nada de eso importa aquí, en el campo de batalla! Aquí, un
hombre o una mujer puede tener honor personal, sí. Pero ningún comandante o
estado se lo puede permitir. El precio es demasiado alto. La aniquilación de
todos los que te siguen. Yo pienso ganar, duquesa. Esa fue la escuela en la que
me formaron. ¡Vencer! Ya habrá tiempo de sobra después para rescribir la
historia y quedar bien.
El
Regreso de la Guardia Carmesí (Ian C. Esslemont)
Sobre
el campo de batalla se arremolinaba el reflejo de un fulgor siniestro, como los
estandartes verdes y azules que a veces parpadeaban en el cielo del norte.
Terremoto, tormenta de fuego y tifón, todo mezclado en uno solo. ¡Que los
dioses ayuden a los soldados normales en semejante remolino!
La
tempestad del Segador (Steven Erikson)
—¿Hay
alguna diferencia entre la sangre derramada y la sangre exprimida poco a poco,
de una forma dolorosa, a lo largo de toda una vida acortada y repleta de
tensión, miseria, angustia y desesperación, todo en nombre de un dios amorfo al
que nadie se atreve a llamar sagrado?, ¿incluso cuando hincan la rodilla y
repiten la letanía de la obligación sagrada? —Oh, vaya —dijo la estudiosa—.
Bueno, es una pregunta interesante. ¿Hay alguna diferencia? Quizá no, quizá
solo es una cuestión de grado. Pero no creo que eso te ponga a ti por encima de
los demás a nivel moral, ¿verdad? —Jamás he pretendido estar por encima de los
demás a nivel moral —dijo Tehol—, cosa que ya me distingue de mi enemigo. —Sí,
eso ya lo veo. Y por supuesto estás listo para destruir a ese enemigo con sus
propias armas, usando su propia escritura sagrada; usándola, en pocas palabras,
para matarlo. Tú estás justo en el extremo de la pendiente a la que se encarama
tu enemigo. O debería decir «se aferra». Bueno, que seas diabólico no es
ninguna sorpresa, Tehol. Vi ese rasgo en ti hace mucho tiempo. Con todo, ¿esta
sed de sangre? Sigo sin verla.
La
tempestad del Segador (Steven Erikson)
—¿La
venganza? Bueno, supongo que como motivación está bien… al menos durante un
tiempo y quizá un tiempo es todo lo que te interesa en realidad. Pero seamos
honestos, Silchas Ruina: como único sentido de la existencia, es una causa
ínfima, patética. —Mientras que tú afirmas existir para atormentar a Temor
Sengar. —Oh, para eso se las apaña él bien solito. —Udinaas se encogió de
hombros—. El problema con preguntas como esa es que pocas veces hallamos el
sentido de lo que hacemos hasta mucho después de haberlo hecho. Entonces se nos
ocurren no una, sino miles de razones, excusas, justificaciones, defensas
sentidas. ¿Significado? En serio, Silchas Ruina, pregúntame algo interesante.
La
tempestad del Segador (Steven Erikson)
Al
pensar en ella sintió que se quedaba sin aliento. Oh, jamás había sabido que
podía existir un amor así. Y en ese momento, incluso entre las cenizas que lo
rodeaban, el futuro se desplegaba como una flor, el aroma dulcísimo. Esto es lo
que significa el amor. Por fin lo veo… La cuchillada penetró bajo el omóplato
izquierdo y le atravesó el corazón.
Orbe,
Cetro, Trono (Ian C. Esslemont)
Recordó
una definición escalofriante de demencia que había leído en el compendio de un
viejo comentarista muy irónico: cuando pienses que todos los que te rodean
están locos, es cuando deberías empezar a sospechar que en realidad eres tú el
que lo está.
Orbe,
Cetro, Trono (Ian C. Esslemont)
Se
acomodó en la sombra más profunda que pudo encontrar en la cubierta del
costero. Desenvolvió la piedra de afilar, escupió en ella y se puso a trabajar
en los bordes de sus cuchillos largos. Sabía que pensaban que estaba loco,
todos sus compañeros del ejército. Por lo menos siempre lo miraban de soslayo
cada vez que daba su opinión. Pero también estaba seguro de que ya hacía mucho
tiempo que había descubierto el secreto más profundo y verdadero para continuar
con vida…, y era un secreto que la mayor parte de las personas no querían
saber. O al que eran incapaces de enfrentarse. La verdad es que el objetivo de
la existencia es matarte. Una vez que comprendías esa verdad esencial, podía
decirse que ya no necesitabas saber más: todo estaba ahí. Él lo había aprendido
por las malas, mientras crecía trabajando en la flota pesquera de Paseo y luego
en el ejército. Por supuesto, el mundo siempre ganaba al final. La única
cuestión real era cuánto tiempo podías aguantar contra la infinitud de armas,
herramientas y estratagemas que tenía a su disposición. El único modo que había
tenido él de conseguirlo hasta el momento era esperar siempre lo peor.
Orbe,
Cetro, Trono (Ian C. Esslemont)
Borrachos
impenitentes, del primero al último, se pasaban el día manteniendo con mano
experta un estado constante de atontamiento que rayaba en la inconsciencia.
Cuando los miraba, a Eje a veces le preocupaba llevar el mismo camino. Pero por
alguna razón ese miedo abstracto no era suficiente para impedirle coger la gran
cogorza siempre que era posible.
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